martes, 9 de febrero de 2010

carta para...

Siempre olvido decirte lo que realmente importa. Siempre me quedo sin palabras cuando hablo contigo. Son tantas cosas las que quiero compartir que me asalta esta especie de inseguridad en mis argumentos. Me olvido decirte que te quiero. Yo, una idiota con la cabeza afeitada y poco más dejo mucho que desear en todo esto que toco, en todo lo que pretendo plasmar. Nunca acierto en la diana. Me queda solo una sensación de saber que me queda algo por decir, que me queda otra oportunidad. Siempre existe ese resguardo que me salva de mis autismos sentimentales. Siempre he creído que lo que se expresa escribiendo, no se es capaz de volver a reproducirlo hablando y eso es algo que tengo marcado en todo lo que digo. Los siento pero entre otras cosas soy humana y entre todas las cosas sufro la debilidad de ser vulnerable a lo que siento. Llevar esta amistad, esta complicidad, en silencio. Un iletargo de la oscuridad me está haciendo crecer como persona y cuanto menos como ciudadano. Estoy aprendiendo de ti. No sé quizás el que o el como, pero siento la necesidad de desafiar al mundo tras hablar contigo. Siento la prepotencia de mirar por encima del hombro al resto de la gente tras colgar la conversación de rigor con la cual alimentas algo más que este vacío que a veces me obduce. Alimentas mi corazón. Es muy grande hablar contigo y mucho más grande es el saber a ciencia cierta que es cierto, que pasa el tiempo, ya casi dos meses y esto funciona. Seguimos al pie del cañón con esas ganas dementes de querer mucho más, de querer lo que con mucho derecho la vida nos debe. De querer que todo salga bien. Estoy muy agusto, estoy muy segura de ti. Eso me hace participe de una paz interior que no he sabido canalizar a lo largo de mi vida. Me siento extraña al verme reflejada en el espejo, al hablar solo de temas que quizás nunca hubiese tocado y que por supuesto estarán destinados a ser pasto del olvido por la más absoluta manía de reprimir lo que llevo debajo de la piel, debajo del corazón. Cada vez me ahoga mas esta impotencia ante el teclado y me limito a escribirte todo aquello que por miedo no se como decirte. Me atraca el impulso de morir en tus brazos, de morir en tus palabras para mas tarde buscar el desidio de tu aliento y poder sentirme fuerte. Te echo de menos. Todo es siempre mucho más sencillo y como tal mucho más duro que la misma realidad y como tal mucho mas cercano. Quisiera pregonar lo que te quiero a voces, quisiera gritar este vacío de no tocarte, quisiera llorar en las noches que me gustaría que estuvieses por aquí. Pero me quedo con el consuelo de que se que cobraré todos los intereses. De que saldaré esta deuda en algún momento. Mientras tanto pago aduana al cruzar un mensaje a tu móvil. Pago un impuesto revolucionario por haberte conocido, pero me siento especial por sentir bajo mi piel lo que me transmites y eso me hace ser algo mas que un personaje anónimo destacado ente tanto sentimiento por atar. Son tantas las cosas que te quiero preguntar, son tantas las vivencias que te quiero compartir, son tantas las ganas de seguirte el rastro que no me veo capaz de empezar yo sola. Es inevitable. En esta partida de ajedrez que no es otra que mi vida , sin trampa ni cartón, recuerdo que siempre se ha visto destinada a quedarse en tablas. Por fin comienzo a saber que puedo conseguir el jaque mate. Reconozco que soy débil, esto lo pone de manifiesto, pero claro, eso tu ya lo sabes yo se que lo sabes y es por esto que todo lo que pretendo plasmar cobra sentido por si sólo. Te echo de menos.